11/2/08

Objetivos y accionar inteligente (2º Parte)

Podríamos definir como “accionar inteligente” de una persona a “aquel que va perfectamente en línea con sus objetivos preestablecidos”.
El accionar inteligente presupone entonces:
1.Definir objetivos antes de actuar
2.Actuar exclusivamente a favor de dichos objetivos
Es claro que no podemos saber si una persona está realizando una acción inteligente, si no conocemos antes los objetivos que persigue.


Imagine a una persona que va caminando desnuda por la calle.
¿Es inteligente su accionar?
Muchos dirán “¡es un tonto!” o “¡es un loco!”.
Pero la verdad es que no lo podemos saber.
No podemos juzgar su accionar, si no conocemos antes sus objetivos.
Si su objetivo es “salir por televisión, en el noticiero”, les puedo asegurar que su accionar está siendo MUY inteligente, ya que las cámaras no tardarán en llegar.
Si su objetivo es “pasar desapercibido”, entonces claramente se está equivocando. No es inteligente su accionar.
Si en realidad su comportamiento no persigue ningún objetivo, entonces el problema es más grave aún. Ni siquiera podemos juzgar a la persona. En realidad no es inteligente ni tonta. Es inconciente. Gira sin sentido. Es como una “bola sin manija”. Simplemente, no va a ningún lado. No sabe lo que hace.
Usted pensará que esto no es posible, que es muy raro que una persona actúe sin objetivos prefijados.
Pero no es así.
Le puedo asegurar que muchísima gente pasa gran parte de su vida realizando acciones, comunicándose y relacionándose, sin objetivo alguno.
Por ejemplo, imagine a un hombre que, al atender el teléfono, descubre que se trata de una persona con la cual no desea hablar, y sin embargo se queda media hora charlando y riendo. Al cortar, alguien le pregunta “¿quien era?” y él contesta, molesto: “¡uh!, ¡el tonto de fulano!”.
Otra persona va caminando por la ciudad, recibe un llamado inesperado al teléfono celular, le hacen una invitación, y allá va, sin dudar, dando la impresión (correcta) de que no tenía ningún otro objetivo en mente cuando iba caminando.
Alguien declara abiertamente un domingo a la tarde: “estoy aburrido”, lo cual se traduce como “no tengo objetivos”, o “no soy capaz de plantearme por mí mismo algo para hacer”, o “necesito que el contexto me proponga algo”.
Una mujer se cruza con una vecina por la calle y se queda una hora charlando, sin siquiera pensar en que objetivo persigue con esa charla, ni en el valor del tiempo invertido, ni en las consecuencias de ese encuentro.
Un hombre sufre un pequeño altercado de tránsito y se trenza en infinita discusión con otro conductor, sin objetivo concreto alguno, llegando tarde al trabajo y auto-generándose serios inconvenientes.
Infinidad de personas que, cuando uno les pregunta, en entrevistas laborales: “¿dónde te gustaría estar en cinco años?”, contestan, sin tapujos: “ni idea”, o “no lo he pensado”, o simplemente ponen “cara de nada ”, casi ofendidos por semejante pregunta “ridícula”.
Personas que pasan horas frente a programas de televisión inútiles, o hasta perjudiciales, o enredadas en chusmeríos inconducentes, o en discusiones infinitas, o navegando a la deriva en Internet, o…
Sin objetivos pre-fijados derrochamos el tiempo irremediablemente.
Creemos que la vida, el tiempo y nuestras posibilidades de comunicarnos son infinitas, y por lo tanto las derrochamos.
Aclaremos: no son infinitas.

Fragmento del libro “Nadie sabe lo que somos”, por el Mg Ladislao Huber

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